Conocer el restaurante La Niña nos lleva a ver un espacio amplio en un local de diferentes ambientes. Tan grande y diverso como la ambición del proyecto que lidera Andres Orellana, joven cocinero que nos trae una propuesta diferente que se refleja no solo en sus platos, sino en cada uno de los ambientes que integran el restaurante.

Por Carlos Namisato @cnamisato

A la entrada, un recibidor que nos muestra diferentes insumos de temporada, dando paso a la difusión de ingredientes, como para darnos curiosidad y saber que no estamos ante un restaurante tradicional. Poco a poco vamos entrando en el juego de la creatividad que propone Andrés.

Sobre mano derecha, nos encontramos ante un ambiente de restaurante elegante y tradicional, donde llama la atención un bar de fondo con muy buena pinta. Para ser sincero, creía que mi experiencia iba a estar centrada en un menú de degustación, pero quedé gratamente sorprendido al ver que tenían una carta con platos tradicionales a los que le sumaron algunos toques propios de autor. 

Entradas variadas que van desde un ceviche hasta una pizza y fondos con clásicos como un lomo saltado, ají de gallina y diferentes arroces. Pudimos probar el arroz con pato, que estuvo muy bien logrado; un plato contundente para compartir de a 2 y que viene con pierna y pecho, y trozos de loche. 

Sobre mano izquierda, un ambiente que nos lleva inevitablemente a recordar la terraza del anterior protagonista, el clásico café Gianfranco. Y es que aquí La Niña nos propone jugar con su propuesta de cafés e infusiones, donde trabajan con diferentes técnicas, productores y orígenes. Tienen un cold brew que gustó mucho. 

En su terraza tienen la gran oportunidad de aprovechar el verano y complementarla con su carta de bar, vinos y sumarle unos piqueos. Habría que evaluar ampliar un poco el horario de atención en este espacio. 

Sobre el fondo, nos encontramos con el ambiente principal. Elegante y sobrio al mismo tiempo. Percibí un ambiente tranquilo y relajado. La cocina es abierta, con muy buena puesta en escena, que me hace verla como un espacio para quienes gustamos ver la acción y preparación de los platos en vivo. 

En el segundo piso, una amplia cava con más de 200 etiquetas con vinos de más una docena de países. Conjugan tintos, blancos, rosados, ambares, espumosos y fortificados. Joseph Ruiz, jefe de sommeliers de la casa, es el responsable de comandar esta sección, donde parte del juego también es conjugar y resaltar la propuesta de Andrés, el chef.

Y acaso la presencia de Joseph complementa muy bien nuestra visita a La Niña, con una explicación concreta, didáctica del maridaje preparado para cada uno de los platos que probamos. De hecho, creo, que un paso obligado en La Niña es la visita a su cava, una experiencia enriquecedora.

El juego en la mesa arranca con una canasta de panes elaborados en casa. Además, del arroz con pato, nos quedamos con la ostra de Casma con leche de tigre de tumbo, perfectamente maridado con un Riesling, el jugoso anticucho de corazón de cordero, muy bien logrado en textura y sabor, y la carapulcra con cuy confitado, combinado con Oxalis o fermento de oca, y de cierre un crocante de chirimoya, ligero y como para compartir.

Para cerrar con esta experiencia, pienso que La Niña es un restaurante que puede ser visitado en diferentes ocasiones, desde un almuerzo o cena para un plato clásico hasta una comida un poco más sofisticada con el menú de degustación. Uno de sus grandes desafíos será el de desetiquetarse como un restaurante únicamente de ocasiones especiales o de “fine dinning”, y creemos que tiene con qué lograrlo. Esto sumado al enorme potencial de ser complementado con un wine bar y coffee shop en una terraza hermosa que explotar en esta temporada. Como para comerse esta obra en varios actos… Y que continúe la obra y la función.