Nacida en Londres de madre británica y padre colombiano, Stephanie Jordan creció cosechando uvas y respiró vino toda su infancia pues en Burdeos (Francia) qué más se puede hacer. De la mano de su padre, quien es viticultor, inició su primer vínculo con el alcohol, que años más tarde la llevaría a convertirse en lo que es hoy, Embajadora Global de la marca Tanqueray para Diageo. “Cuando te crías en esa cultura, tienes un aprecio especial por el líquido que va dentro de la botella”. Hoy se ha convertido en una de las mujeres más influyentes en la industria de los destilados. Estuvo por Lima hace unos meses no solo derrochando experiencia sino una simpatía arrolladora detrás y fuera de la barra.

Ha obtenido las calificaciones WSET (Wine Spirit Education Trust) mientras estudiaba en el Business School de Lyon. En sus inicios fue la responsable de producir los sites de Zacapa en Guatemala, Don Julio en México y Ketel One en Holanda. El paso siguiente fue convertirse en Embajadora del portafolio de lujo para Diageo en España. Luego, la calidad, la rica historia y la artesanía aplicada en la preparación del gin, enamoraron a  Stephanie. Cuando no se encuentra en la destilería con el equipo de producción, sentada en algún avión, entrenando bartenders o como jurado en el World Class, la puedes encontrar en Londres, “intentando llevar una vida normal”.

¿Primera vez en Perú?

Sí, primera vez. Mi hermana menor ama el Perú, estuvo acá tres meses y estoy emocionada de ver lo que ella vivió. Con un perfecto español confiesa que es una apasionada de la cultura precolombina e inca, y que nuestro Chilcano ha sido la puerta al éxito del Gin en nuestro país. “En vez de gin utilizas pisco y en lugar de tonic, Ginger ale. Tienes el mix. Ya hay una cultura que te permite entrar al paladar del consumidor peruano. Por eso creo que al Gin le irá de maravilla”.

La coctelería está muy ligada a la gastronomía, ¿qué has podido encontrar acá?

Uff, muchísimo. Desde el día uno que fui a Ámaz y estuve con Luis Flores, su jefe de barra, pude ver lo increíble que es la diversidad de productos que tienen. Mil cosas que no conozco y que además los demás peruanos no conocen. ¡Eso me llamó mucho la atención! Me da la impresión que el conocimiento todavía no ha bajado a toda la cultura.

El conocimiento es importante, ¿qué tanto lo es para ti?

Es necesario conocer lo que uno hace y manejar los términos técnicos, pero para mí también es muy divertido. La semana pasada estaba echando botánicos dentro del alambique y eso es como un “playground” para mí. Estar en la destilería es una parte de mi trabajo, intentar estar en casa también. Pero me divierto mucho trabajando con los diferentes equipos, dándoles mis insights. Yo estudié administración de negocios, marketing y luego me especialicé en la comercialización de bebidas. Igual hice estudios de enología en Francia. Mi padre es viticultor, aprendí mucho de él, es más artesano y la otra parte es mi madre, que es más bussiness, hace consultorías a los productores. Ellos dos han sido mis filtros.

¿Y cómo así terminaste en el mundo de los destilados si te criaste entre vinos?

Pasé de mi origen, que es el vino, a los destilados por pura pasión. Me crié en Beaujolais y luego nos mudamos a Burdeos. En un momento de mi vida quise hacer algo por la región que me vio nacer. Ahí la calidad del vino está muy devaluada pero ¡no sabes los grand cru que producen! Entonces me empeciné en desarrollar un trabajo de marketing para salvarla. Fue ahí cuando mi madre me dijo que si quería realmente aprender del tema tenía que entrenarme en el mundo de los destilados. Ellos tienen el presupuesto, la distribución. Es un mundo más prestado al branding. Aprenda ahí y luego vuelves. Me dijo.

¿Y qué pasó? ¿Piensas volver?

Bueno, pasó que me enamoré no solo de los destilados sino de la coctelería. Ya llevo 7 años trabajando en el World Class y recorro el mundo para ser jurado, entrenando chicos. Es mi pasión. La barra. Verás, me dice. La diferencia con el vino la marca la coctelería. El vino lo embotellas y queda ahí. ¡Súper! Sí, el sommelier te aporta conocimiento, te ayuda y te orienta, pero aparte de servirte el vino… mmmm. En cambio el barman tiene otra obra. Cuando yo les entrego una botella de Tanqueray les doy la materia prima y ellos tienen que aplicar la técnica, su sabiduría y creatividad. La vida de la ginebra no se acaba en esa botella. Es como si les dieras una pintura. ¡Me encanta!

¿Y cómo eres en la barra?

No todo tiene que ser creaciones raras, por ejemplo me encantan los cocteles clásicos, podría tomar Gin tonic, Negroni toda la vida. Para mí el Gin Tonic preferido es con cualquier cítrico. Esas pieles y aceites esenciales que te aportan son sensacionales. Cada marca impulsara su perfect service, sus garnish, pero cualquier gin con piel de limón, es el mejor.

¿En tu mundo todavía mandan los hombres? ¿Has tenido que defenderte tras la barra?

Es cuestión de personalidad. Yo lo llevo muy bien porque tengo carácter. No es para todas las mujeres. Si no sabes reírte de bromas vulgares, lo pasas mal. Hay que tener fuerza de carácter y sobre todo confianza. La seguridad en uno mismo es muy importante. Por el hecho de ser mujer siempre te encuentras con machismos en el mundo del alcohol, pero eso existe en todos los trabajos.

Finalmente, Tanqueray, ¿qué significa para ti representar una marca de tanta trayectoria?

Imagínate, represento a una casa que tiene 180 años de herencia a la que tengo que proteger para que siga viva. Hay que tener una gran habilidad de comunicación. Y creo que lo estoy haciendo bien, pues es lo mío. Defender la marca que representó. He creado mi mini familia en un monstro. Lo que me ha inspirado en trabajar con mi familia. Pero todavía faltan años para que eso ocurra.

“Yo soy muy crítica de la creatividad sin bases en la coctelería, sin conocimiento, sin técnica. Es curioso, pero pienso que es más difícil crear cualquier cosa sin reglas, pero cuando hay reglas específicas y tienes que crear dentro de ellas, ¡es ahí donde hay magia! Crear por crear es aburrido, crear con un propósito es más interesante”.

Por Margite Torres P.

Fotos Marie Duharte