Por Margite Torres P.
Sebastián Zuccardi es incansable en su búsqueda de horizontes por elaborar vinos con “identidad del lugar”. Es un tipo sencillo pero muy intenso a la hora de hablar de lo quiere y del lugar que lo vio nacer. Nada diría que el año pasado fue incluido en la lista de los 10 enólogos más importantes de América Latina por uno de los gurú del vino, o que haya conseguido un vino 100 puntos Robert Parker. Pero es que es así, no necesita distinciones, brilla con luz propia. Su mundo gira en torno al vino, creció en una familia donde la innovación siempre fue el eje y eso lo marcó. Hoy viaja mucho, pero su corazón siempre se queda en casa, junto a su esposa Marce y sus hijas, Isabel y Elena, en la finca, en la montaña.
Sebastián creció con su papá y sus hermanos trabajando en la finca familiar. De pequeño acompañaba a su abuelo a la finca, “era un tipo muy reflexivo e innovador”, nos cuenta, y “un apasionado del desierto”. Desarrolló un sistema de riego muy eficiente para una tierra como Mendoza, que es muy árida. De él heredó su pasión por la agricultura y de su papá el amor por el vino, y ese impulso por hacer siempre algo “fuera de la caja”.
“Somos una empresa donde los que hacemos el vino vivimos en el lugar, creemos en el lugar, lo vemos como una inspiración y lo damos a conocer al mundo”.
Cuando terminó el secundario, decidió estudiar agronomía y no enología. Una de las decisiones más importantes de su vida, pues fue esa impronta la que ha marcado su huella en la empresa. Para Sebastián el viñedo es un “lugar de obediencia”, hay que hacer lo que mande y adaptarse. “Yo entré a trabajar a la bodega con la idea de trabajar desde el viñedo y cuidar lo que viene de ahí”. Por eso, agrega, “antes que nada somos agricultores que hemos aprendido a hacer vino y a venderlo”. Su mirada tiene más que ver con el respeto y valoración del lugar que con lo que se hace en la bodega. Lo deja claro y es palpable.
Durante años trabajó con su familia y después se fue a hacer la vendimia por España, Italia, Francia, Portugal. Cuando regresó, comenta, llegó decidido a hablar del lugar que lo vio nacer, de la región, de lo suyo. “Vamos a hablar no del Malbec, sino de los diferentes lugares donde lo plantamos”, comentaba en ese momento, “parecía una locura”. “Pero ya vez”, me dice, “hoy lo vemos haciéndose realidad”.
“Los pilares de mi enología se basan en principios básicos para evitar la sobremaduración y la sobreextracción de la uva, lo mismo que el exceso de madera en mis vinos.”
“No me siento un continuador, sino un fundador, refundé parte de la empresa”
Su participación en la bodega empezó con un proyecto personal de espumantes y desde 2016 lidera uno de los proyectos más ambiciosos de la familia: Bodega Piedra Infinita. Se ha dedicado, con mucho esfuerzo, a contar la historia de un paisaje, de un clima, de un suelo, con una búsqueda y apuesta constantes por lograr vinos que cuenten la historia de un lugar: Paraje Altamira, ubicado en Valle de Uco, junto al río Tunuyán, a 1.100 msnm. Desde ahí, Sebastián ha agitado la escena vinícola local en busca de vinos audaces y diferentes.
Aquello de “vinos con identidad” se entiende mejor en un lugar tan bien pensado como Piedra Infinita, donde todo está construido con materiales del entorno: hierro, piedra, arena y agua. Acá destacan las suaves líneas de la bodega, perfectamente ideadas para mimetizarse con el paisaje, con una cúpula metálica que refleja la luz del sol y que pareciera emerger de una estructura de concreto que no es más que el edificio principal de la bodega. Difícil de describir, sencillo de contemplar.
“Para mí el vino tiene que contarme 3 cosas: el lugar de origen, la filosofía de quien lo hace y las características del año en que se cosechó porque cada año es diferente”
Adentro, un lugar elegantemente frío que aporta el hormigón que predomina en la construcción; siguen sus depósitos de cemento en forma de huevo, ánfora, o depósitos troncocónicos de gran tamaño, prescindiendo radicalmente de los tanques de acero inoxidable que han dominado la enología los últimos 50 años para la elaboración y crianza de los vinos. Así se emerge al pie de la montaña, mucho más que una linda estampa enoturística, sino una viva imagen de la nueva viticultura que se abre paso en Argentina.
Sebastián agrega que en el vino el tiempo es fundamental, no solo para hacerlo sino también para contarlo. “Vamos por el camino correcto”, sostiene, “estamos conociendo nuestros lugares, poniendo el foco en el terroir, estamos trabajando junto a otros vitivinicultores. El desafío de mi generación es profundizar nuestro conocimiento sobre el lugar y dejar que el vino cuente su historia.”
“No hay futuro sin identidad y la identidad tiene que ver con el lugar y con la filosofía del productor. Lo perfecto, para mí, está en la expresión del lugar. Por eso en bodega yo solo ayudo a la naturaleza a expresarse, pero no a corregir”.