Natalia Pérez Torreblanca, parte del equipo enológico de Viña del Pedregal, estuvo por Lima hace unas semanas y conversamos con ella sobre la importancia de una bodega tan antigua como Viña del Pedregal, cuyos orígenes se remontan a 1825. Su fundador, Carlos Adolfo del Pedregal, llega desde Asturias para instalarse en el valle de Loncomilla, región del Maule, al que le auguró gran potencial para, años más tarde, dar fruto a una bodega que hoy se atreve a ir más allá de lo tradicional, a experimentar, y ofrecer al mundo algo más disruptivo, sobre todo en sus líneas de alta gama.
Tuvimos una grata conversación con Natalia, quien nos presentó el portafolio de lujo de la bodega compuesto por sus vinos Origen, Since 1825 y Eloisa. Para estos vinos se utilizaron las mejores variedades de sus diferentes viñedos, en su mayoría variedades locales mezcladas con cepas tradicionales como Cabernet Sauvignon y Carmenere. También pudimos degustar sus vinos Kidia, su “caballito de batalla”, en sus líneas varietal, reserva y gran reserva.
Kidia es la línea base de esta bodega y sus vinos varietales no pasan por barrica, “fueron pensados para introducir de a pocos el valle de Loncomilla al consumidor”, comenta Natalia. Luego está la línea Reserva, donde se sí utilizan barricas de primer, segundo y tercer uso, y los Gran Reserva, vinos más complejos y estructurados, que pasan 12 meses en barricas de segundo y tercer uso.
“Loncomilla es un valle que tiene excelentes condiciones para plantar la vid. Está ubicado a 300 km al sur de Santiago, tenemos la peculiaridad que nuestros viñedos están cercanos al río Loncomilla, por lo tanto, las vides tienen la incidencia de frescor del río, que va a permitir que los vinos tintos se desarrollen de buena manera, aportándoles madurez. Loncomilla es un excelente valle para variedades tintas. Tiene una amplitud térmica alta, vale decir días cálidos y noches frías, lo que permite una maduración más lenta, que hace que se concentren más los aromas, taninos y la tipicidad de la uva. Además, posee suelos pobres en minerales, lo que permite que tengamos producciones limitadas que nos ayudan a tener vinos de mejor calidad”, cuenta Natalia.
“Hace un tiempo, nos dimos cuenta de que queríamos buscar otras características dentro de nuestro terroir y así, seleccionamos las mejores variedades de distintos viñedos para dar origen a nuestra línea premium. Esta línea parte con nuestros vinos Origen, que son tres blends enumerados 1, 2 y 3, en los cuales interactúan tres variedades diferentes en cada uno de ellos, son un tributo a las siete generaciones de la familia del Pedregal. Cada uno de estos vinos tiene tres cepas que vienen del mismo viñedo. Tenemos el blend N2 que es un Carmenere, Merlot, Nebbiolo. Lo que buscamos con el Nebbiolo es que aporte una acidez y frescor diferentes. El blend N1, que es Syrah, Malbec y Sangiovese, también está marcado por una variedad poco común que otorga una peculiar acidez, y lo hace un vino mucho más fresco. Finalmente, el Blend N3 es algo más tradicional, es un blend de Cabernet Sauvignon, Petit Verdot, y Cabernet Franc y pasa 12 meses en barricas de primer uso”, explica la enóloga.
La segunda parte de su línea premium es Eloysa, una marca mucho más creativa e innovadora en donde cada año eligen lo mejor de una denominación de origen especifica de Chile y lo transforman en un vino mono varietal. “Ahora tenemos tres vinos, un Viogner, un Cariñan y Pinot Noir del valle de Casa Blanca, que es el que ofrecemos en Perú. Con este Pinot Noir, buscamos algo más fresco, vibrante en boca, disruptivo. A pesar de que tiene paso por madera, conserva su acidez y aromas naturales”, agrega Natalia.
La tercera parte de su línea premium la compone el tope de gama, Since 1825; un tributo a los 200 años de trayectoria de la Viña. Un blend de cuatro variedades que cada año varían; tanto desde el campo como en bodega todo es manual y seleccionado. Se vinifica de manera separada para obtener mejores resultados luego va a barrica por 2 años de barrica de primer uso, hasta que se prueban todas las barricas y se determina cuál será la mezcla final y finalmente pasa 12 meses embotellado.
Redacción Sommelier