A 2,850 m.s.n.m la naturaleza es inhóspita para muchos cultivos que deben esforzarse y extender sus ciclos vegetativos, brindando granos, semillas y frutos de singular calidad. Por ello, los pobladores andinos visualizan en los cerros o montañas una fuerza a la que rezan y piden bendiciones, protección para sus familias y para sus cosechas, fuerza o divinidad ancestral conocida como “Apu” (palabra quechua para “montaña protectora”).
Fernando Gonzales Lattini, economista de profesión, cursó la especialidad de Sommelier, donde nace su inquietud por elaborar vinos, y encontrar un terreno en una localidad con marcada amplitud térmica, vale decir, con una diferencia de temperatura entre el día y la noche, que se traduce en alta calidad de aromas, color y tanino en los vinos. Tarea difícil en un país sub-tropical como el Perú, aunque nuestros Andes son pródigos en diversos pisos ecológicos, como la región Quechua que va de los 2,300 a los 3,500 sobre el nivel del mar. La ardua búsqueda llegó al encuentro de un bosque de arbustos bajos en las laderas de un cerro, a sólo cinco minutos de Curahuasi, en Apurímac.
APU, fue el nombre elegido para la bodega vitivinícola fundada en el 2012, plantó en un inicio dos hectáreas con vides procedentes de diversos valles entre Cañete e Ica. Siguiendo la tradición de nuestros cálidos valles costeros, las vides fueron eventualmente podadas en agosto esperando ser vendimiadas a partir de febrero; pero el clima en Curahuasi es lluvioso de noviembre a marzo, proliferando una plaga de hongos, conocida localmente como rancha, que afectó casi en su totalidad la producción de uva. Esta adversa situación de la naturaleza impulsó a Fernando a buscar expertos en viticultura tropical, que le aconsejaron adecuar el ciclo biológico de las vides en los meses sin lluvia o estación “seca”, que va entre los meses de febrero-marzo hasta setiembre-octubre, con temperaturas diurnas entre los 26ºC a 30ºC, que desciende algunas veces hasta 4ºC, ¡EUREKA! Perfecta amplitud térmica encontrada.
En el 2015 se replantan las dos hectáreas con vides de las variedades Sauvignon Blanc, Sangiovese y Cabernet Sauvignon, sobre porta-injertos que se adaptan al terreno conformado por ricos suelos calcáreos.
Los viñedos comenzaron a rendir uvas sanas, dulces, con buen potencial de alcohol para la campaña 2017, lo que atrajo un gran número de chihuacos o zorzales, una plaga de aves que arrasaron con hasta el 40% de los racimos de uva, obligando a protegerlos con bolsas de papel grueso y malla raschell. A pesar de esta gran merma se obtuvo suficiente uva para elaborar los vinos de la primera vendimia 2017. Así, el sueño pasó a ser una realidad que hoy desafía la viticultura local con vides plantadas sobre terrazas a los pies de la Cordillera de los Andes.
“Los viñedos de altura” representan un gran reto para los enólogos, comentó Guillermo Arancibia, enólogo asesor de Apu Winery -egresado de la Universidad de Toulouse y con amplia experiencia profesional en la elaboración de vinos en Francia, EE.UU y Chile-; para quién los viñedos de Curahuasi tienen características propias: localizados a 2,850 m.s.n.m., de suelos calcáreos y un clima al que se adaptó el ciclo biológico de las vides, en búsqueda de la perfecta maduración, que luego se manifiesta en la personalidad del vino, expresando las particularidades de su origen, exaltadas por un adecuado manejo de la fruta en la bodega.
Una característica de la actividad vitivinícola es su esencia familiar, y en este caso los esposos Fernando Gonzales Lattini y Meg McFarland, comparten la visión de trabajar juntos en el proyecto APU. Así deciden mudarse con sus hijos en el 2016 e instalarse en la comunidad Curahuasi. Dos apasionados del vino que cambiaron las comodidades de la ciudad por el campo, apostando todo por un mismo proyecto, que hoy es una exitosa realidad, con una prometedora producción de 112 litros de vino, distribuidos en 150 botellas: parte de ellos adquiridos por el restaurante Central y el Westin Lima hotel.
La superficie de los viñedos se ha extendido con el cultivo de tres nuevas hectáreas, que incrementarán en el 2018 su volumen de producción, para el deleite de los apasionados del vino, en nuestra constante búsqueda por la excelencia, mejor aún si son peruanos, de altura y con clase mundial.
Por Jorge Miguel Jiménez Garavito